Memorias del viejo Zeppelin

Un aporte de Paulina Andrade Schnettler.

Paulina lleva un año estudiando en Alemania pero está siempre pendiente de lo que pasa acá, en Swingtiago. Por eso quiso escribir sobre el Zeppelin, un bar en Bellavista que albergó las primeras jams fijas de los viernes antes que la escuela tuviera una casa central. Su historia, “Memorias del viejo Zeppelin (o como me curé el corazón bailando lindy hop)”, a continuación: 

 

Invierno, año 2015. Viernes por la noche. Mi amiga Carla y yo atravesamos Pío Nono, esquivando multitudes y uno que otro charco de sustancias dudosas. Doblamos en Santa Filomena ya con un poco de nervio y buscamos el bar. El bar se llama Zeppelin, y confirmamos que estamos en el lugar correcto gracias a la descripción algo contradictoria que nos dieron, y que incluye “heavy metal inundando el estrecho primer piso”. Pero, si uno afina el oído, escucha la voz de Ella Fitzgerald que viene bajando rasposa entre un extraño crujir de tablas: love is as solid as the Rock of Gibraltar. Me soplo la chasquilla con resignación. “Subí, subí”, dice mi amiga, impaciente. Le hago caso, antes de que me vuelva a espetar un “ché, salí de la pasta, animáte un poco”.

 

Acá no hay cócteles sofisticados, pero sí muchas zapatillas de lona y cerveza, y también una forma de socializar que quizá podemos achacar a décadas pasadas y que va bien con mi estrenada timidez pos ruptura. La primera pregunta entonces no es el nombre ni la profesión. “¿Bailas?” y luego, “¿cuánto llevas?” (bailando). Y, “¿Qué sabes hacer? ¿Triples? Bueno, bailemos con triples”.

 

El baile se llama lindy hop (ninguna novedad ahora que inunda las plazas capitalinas) y el chico amable de suspensores se llama Ramiro. Van a pasar cerca de tres meses antes de saber que es filósofo (yo le había visto cara de geólogo).  En el transcurso de ese tiempo habré bailado con varios muchachos de paciencia infinita y también con mi profesor de acento catalán, quien me dirá “no pasa nada” cada vez que lo pise. Mi otro profesor reemplazará todo lenguaje por un suave apretón de mano y una sola palabra: “bouncing”. La amabilidad y la sonrisa son la norma y quizá por eso hace sentido que estemos en este islote curioso, escondido en la inmensidad de Santiago, donde las parejas se apiñan sobre un piso de maderas sueltas que en los meses que vienen causarán más de una lesión.

 

Pero nadie se queja: los hoppers por fin tienen un lugar fijo donde bailar fuera de clases; los dueños, que toleran que el piso y las copas retumben sobre sus cabezas, les hacen descuento por el schop, mientras miran desconcertados y con algo de desconfianza a estos novatos del “baile social”.

 

No lo entendí a la primera, ni a la segunda. El jazz, que para mí era en esencia triste —en un invierno, el peor de todos, que también lo era— empezó a mostrar de pronto otros colores. Un poco a mi pesar, las zapatillas se volvieron parte del equipamiento cotidiano. “Es sólo para hacer ejercicio”, me decía, oponiendo resistencia a la alegría inexplicable que parecía emanar de toda esa gente, y que no me cuadraba con el estado de ánimo en el que yo había decidido permanecer. Pocas semanas después, durante una tarde fría en que nos daba un poco de sol en el Parque Bustamante, y en la que Álvaro insistió en sacarme a bailar delante de toda la gente a pesar de mis refunfuños, me di cuenta de que no quería volver a mi casa. Entendí. Este baile es bueno para el corazón. Corta.

 

Carla y yo volvimos al Zeppelin. Esta vez suena Rockin’ Robin de Bobby Day, que para mis pies torpes todavía es demasiado, y decido bajar por una cerveza. Pido una Estrella, y el metalero gruñón de pelo hasta los hombros que atiende la barra hace el gesto de bajar algo del cielo con las manos (“¡es que me pediste una estrella!”), regalándome la primera sonrisa en meses. Yo le guiño un ojo, y espero impaciente la próxima canción. Nuestro baile bien intencionado ha hecho su efecto en ambos.

 

Foto tomada por Laura, al final de una Jam, en el pequeño espacio del Zeppelin. (A ver cuántas caras reconocen).

 

Gracias, Paulina!!!

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