
Un aporte de Fran Notari.
“La Era del Swing” es un libro que Fran Notari compró hace un tiempo y quiso compartirlo con nosotros, así que se lanzó a traducir los artículos más pertinentes a lo que hacemos. Son 4 artículos en total y los vamos a publicar por parte, siendo ésta la primera. ¡Esperamos que les guste!
** El siguiente artículo es una adaptación y traducción de extractos seleccionados del libro “The Swing Era, 1941-1942, Swing as a Way of Life” producido por Time-Life Records, New York (ed. 1970).
TESTIMONIO DE RALPH J. GLEASON

Ralph J. Gleason
“Para muchas personas -músicos, operadores de salón de baile, críticos, cantantes, coleccionistas de discos, directores de orquesta, arreglistas, fans, compositores, gerentes, bailarines y simples oyentes-, el swing era más que sólo la música de la época” dice Ralph J. Gleason.
“Era todo un estilo de vida. En sus inicios, mientras yo era un adolescente que se desvelaba escuchando el Atwater Kent en 1933, los nombres de las bandas no significaban nada en absoluto. Y los salones de baile de donde provenía la música eran tan grandiosos e inalcanzables que todo se parecía a una película, una en la que te entregaban la música pero tú debías inventar el resto en tu mente.
En aquel entonces sabía muy poco del Glen Island Casino, ese lugar sagrado de las bandas de baile en Long Island Sound. Lo poco que sabía me lo había contado un chico que conocí en la escuela secundaria, que usaba los primeros zapatos estilo ‘saddle’ blanco con negro que había visto en mi vida. Él, pasaba todos los fines de semana allí para escuchar a Glen Gray. Pero para mí no era posible, ya que ir a Glen Island significaba un automóvil y al menos seis o siete dólares porque era imposible pensar en él como un viaje en solitario.

Zapatos Saddle blanco y negro
Más tarde fui a la universidad, en Columbia, y descubrí -para mi sorpresa- que esta música estaba disponible en discos, algunos de los cuales se podían comprar por tan solo 35 centavos. El fonógrafo recién comenzaba a regresar después de su eclipse por la nueva radio. Para escuchar los discos, tenía que subir a la habitación de un maníaco musical de Binghamton que estaba estudiando pre-medicina y jazz con la misma intensidad. Para su educación musical tenía dos cajas negras de discos de 78 rpm y un Magnavox. Y así, conocí a Bix Beiderbecke, Louis Armstrong, Fletcher Henderson y los Dorsey Brothers.
Mi amigo musical me llevó al centro de la calle 52 para escuchar a John Kirby, Riley, Farley y Art Tatum, y durante mis cuatro años en Columbia me acostaba a las 8 p.m., dormía un rato y me levantaba a medianoche para ir al centro a escuchar música. Bajar de Columbia costaba un centavo en metro y comprar una botella de Piel’s 45 centavos en la diminuta barra del Onyx Club o la Famous Door, o el 18 Club o en la larga barra ovalada de la Hickory House. A veces el dinero no alcanzaba, así que si tenías los nervios de acero, te quedabas durante horas oyendo sólo con una cerveza o con nada en absoluto. Recuerdo que estaba en un rincón del Onyx escuchando a Waller la noche en que toda la banda de Basie entró y subió al estrado. Salimos del club a las 8 a.m. y fui directo a mi clase de historia de la mañana con la música todavía sonando en mis oídos.
Cuando me enteré de que Tommy Dorsey iba a tocar en un baile de graduación en Columbia, me preparé para el evento con mucho whisky escocés y un par de horas de discos. Llegué temprano al baile y estaba en éxtasis. En ese escenario, incluso al final del salón de baile, la banda parecía grande, y Red McKenzie era el vocalista. Tommy tocó Sweet Lorraine y Red lo cantó, como siempre, agitando los brazos como un yesero en un trabajo de muro.

Tommy Dorsey
Lo que realmente me marcó esa noche fue el sonido puro del trombón de Tommy sobre las baladas, el sonido oscilante de la sección de saxofón detrás de él, y luego el sentimiento de Dixieland cuando Tommy tocaba algo como Jada. No lo sabía entonces, pero esa música y todo lo que ella implicaba y me guiaba, sería una parte de mi vida a partir de ese momento. Se convirtió en una necesidad absoluta escuchar las transmisiones de todas las bandas: Goodman, Miller, Dorseys y Artie Shaw. Pero se hizo aún más importante llegar a verlos en vivo, en cualquier momento, en cualquier lugar…
Fue así que descubrí maneras para no pagar en los hoteles. Aprendí a colarme en la Palm Room en el Commodore y esconderme detrás de la banda. Freddie Stulce, uno de los saxofonistas de Tommy, me dejaba sentar en la mesa de la banda; también lo hacía el vocalista de Tommy, Jack Leonard. En el último set, podía pararme en algún lado y ser transportado por el swing mientras Tommy levantaba su dedo para tocar una más y Bud Freeman oscilaba de un lado a otro mientras tocaba coros de tenor y Bunny Berigan o (más tarde) Peewee Erwin se ponían de pie, la trompeta sonando sobre los trombones y los saxos, y los tambores “superficialmente simples” pero en realidad muy complejos de Davey Tough construyendo y construyendo sobre los riffs del saxofón. Y a veces, con Tommy supervisando, Les Jenkins tocaba un solo de trombón, sudando y esforzándose, de modo que su cabeza calva se enrojecía con el esfuerzo.
Eso era el swing, no sólo música, sino una forma de vida.”